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Entre montañas

  • Photo du rédacteur: Ser y Estar Cultura en Español
    Ser y Estar Cultura en Español
  • 1 déc. 2024
  • 3 min de lecture

ENTRE MONTAÑAS


La vida es el espejo del lugar que te ve nacer. Pola en honor a la prócer de la independencia, vivía en el Cauca entre el verde de las montañas y las cristalinas aguas de la quebrada que pasaba cerca de su casa. La niñez de Pola transcurrió normal entre los animales que tenía su papá, gallinas, patos, perros, gatos y una que otra vaquita.


Todas las mañanas se despertaba con el canto de los pájaros y el arrullo de las hojas de los árboles, un día cualquiera sin fecha en el calendario de la vida de Pola, llegó un panfleto con un negro aviso que les comunicaba que tenían dejar su tierra, esa tierra que la vio nacer.


Rápidamente y sin pensar mucho en lo que tenían que hacer, empacaron sus cosas en cajas, cerraron la puerta de ese maravilloso hogar mientras las lágrimas mojaban la tierra que les daba los frutos que comían todos días. Pola se despidió de su perro fiel, aquel que la cuidaba cuando volvía del colegio, Júpiter, así se llamaba el perro que dejó porque no lo podía llevar en la flota. Se arrodilló y con un beso de despedida mientras brotaban lágrimas, se despidió y Júpiter de un lambetazo respondió al adiós y se quedó mirando la flota que llevaba a Pola y a su familia a Bogotá.


Después de muchas horas de recorrido, finalmente llegan a su destino, la gran ciudad de Bogotá, alguien les dijo que podían quizás encontrar un buen lugar para vivir, no igual pero parecido a su hogar, en Usme. Este lugar es una zona rural, hay una represa que permite el contacto con el agua, se escucha el canto de los pájaros y esto le recuerda su Cauca. Recuerda que tuvo que dejar su casa confortable para ir a vivir a una casita de latas y recoger el agua de un pozo frío que le hiela el corazón.


Pero la vida sigue, sus padres consiguieron trabajo en construcción y Pola comienza la escuela. Los niños se burlan de su nombre, les parece muy raro y no saben que ella lleva ese nombre en honor a una de las muchas mujeres que ayudaron a la independencia de su país. Ella lo lleva orgullosa.


Pola recuerda a ese perrito que dejó con el corazón roto, y con la complicidad de su padre, consiguen trozos de madera y empiezan a construir casitas para perritos de la calle, construyeron diez casitas. Todos los días cuando llegaba del colegio iba de tienda en tienda pidiendo comida para sus perritos, algunos ya en sus últimos años de vida golpeados por la calle y el frío. Pola se encariñó con todos y ponía a los más viejitos en sus piernas y con un gesto de amor los acompañaba en su lento vivir, ya cansados por los años. Uno de ellos le recuerda a Júpiter, que tendría la misma edad de este perro abandonado por sus dueños, pero que llegó a sus brazos.



En su casa de latas, cuando llovía se producía música para su corazón, el golpeteo de las gotas de lluvia al hacer contacto con las latas transportaba a Pola a aquellas montañas donde vivió su niñez. Una noche escuchando esta melodía, uno de sus perritos cerró sus ojos para siempre, este perrito cansado, lo último que vio fue a Pola. Otra mascota fiel que la acompañaba al colegio, la abrazó y enterró en un hueco profundo, se arrodilló para fundirse entre lágrimas con la tierra donde ahora yace este perro que le recordó a Júpiter, este perrito que le hizo latir su corazón de nuevo en este humilde hogar de latas y de amor en la localidad de Usme, una de mil historias entre los colores de la naturaleza y el desarraigo.


Por John Alexander Orjuela


Escritor aficionado

 
 
 

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